Rafael Ballestas Morales
Adalid
Resumen
Cuando escuché por primera vez el fuerte vozarrón de aquel amigo de la infancia, era exactamente el primero de septiembre de mil novecientos cuarenta y seis, mientras retozaba en el vientre de mi madre, precisamente a un día de la salida a ese mundo estrecho y humilde del Pie del Cerro, en la ciudad de Cartagena de Indias, en aquella casa grande Fernando Antonio Herazo Girón rre de Pisa (si es que cabe la comparación con esta construcción portentosa), con un callejón largo entrando a su izquierda, que conducía a un enorme patio en tierra que, en buena parte, servía para taller de construcción de chasís de buses de la época, lindando en su fondo, laguna de por medio, con el islote de los pájaros y las garzas, y, más exactamente, colindando también, entrando a la izquierda, en línea diagonal al Castillo de San Felipe de Barajas (construido éste en el año 1639 sobre el Cerro de San Lázaro), con la casa de los chinos planchadores, que con sus planchas de carbón y su almidón de yuca, dejaban las líneas de los pantalones blancos y las camisas mangas largas de la época, igualmente blancas, tan tiesas y tan majas que -durante un largo tiempo -no requerían de una nueva planchada. A su frente, camino de tierra de por medio, lindaba con el parque Joaquín F. Vélez. Y mirando desde este parque, a la derecha de la casa, se observaba el viejo puente que de la calle de la Media Luna, pasando por el revellín, conducía al mencionado Castillo.