Una de las características más notorias de los Derechos Humanos en el mundo –si no es la principal de todas– es la que denuncia el incesante incumplimiento de sus postulados básicos. En las relaciones de trabajo, en el ejercicio del poder político, en la aplicación de las normas para administrar justicia, en el desarrollo de las interacciones filiales, en la desigual distribución de las riquezas, en los genocidios, pogromos, despojos y desplazamientos forzados que constituyen secuelas de la ferocidad bélica, en las múltiples formas de avasallar la libertad, en los abusos carnales, tráfico de personas o en la mendicidad infantil, encontramos día tras día motivos de sobra para conjugar negativamente el verbo que denota la observancia de la normativa ética mayor con que se orienta el deber ser principal de la criatura humana.