Revista Arista Crítica

Número 4 (2024)

eISSN 2745-1453

AUGE Y CRISIS DE LA INDUSTRIA DE LA CONSTRUCCIÓN EN MÉXICO.

BURGUESÍA DEPENDIENTE, POLÍTICA DE ESTADO Y URBANIZACIÓN EN EL SIGLO XX

Héctor Ignacio Martínez Álvarez*

* Instituto Politécnico Nacional/Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación, Ciudad de México, México. ORCID: ORCID iD https://orcid.org/0000-0002-8458-1054 Correo electrónico: Email hectorignacioma@gmail.com

Fecha de recepción: 02 de septiembre de 2024

Fecha de aceptación: 12 de mayo de 2025

Fecha de publicación: 30 de mayo de 2025

Citar este artículo así:
Martínez Álvarez, H. I. (2024). Auge y crisis de la industria de la construcción en México: Burguesía dependiente, política de Estado y urbanización en el siglo XX. Revista Arista Crítica No. 4, 1-22. https://doi.org/10.18041/2745-1453/rac.4.12095

Resumen

Este trabajo analiza el desarrollo de la industria de la construcción en México a lo largo del siglo XX, proponiendo una periodización estructurada en tres etapas enmarcadas por ciclos de auge y crisis: el origen de la industria de la construcción, la consolidación de las compañías nacionales y la conformación de monopolios. En una primera etapa, se examina el surgimiento de la industria de la construcción y su vínculo inicial con el Estado mexicano. En la segunda, se aborda la conformación de las empresas constructoras nacionales en el proceso de urbanización del país. Finalmente, se exponen las condiciones que propiciaron el surgimiento de monopolios en el sector, destacando las principales características de sus operaciones, las relaciones de contubernio con la figura estatal y el inicio de la asociación de la industria constructora nacional con los capitales extranjeros.

Palabras clave

Industria de la construcción, crisis, Estado mexicano, urbanización y capitalismo dependiente.

Abstract

This paper analyzes the development of the construction industry in Mexico throughout the twentieth century, proposing a structured periodization in three stages marked by cycles of boom and crisis: the origin of the construction industry, the consolidation of national companies, and the emergence of monopolies. In the first stage, the study examines the emergence of the construction industry and its initial connection with the Mexican State. The second stage addresses the formation of national construction companies during the country’s urbanization process. Finally, it explores the conditions that led to the rise of monopolies in the sector, highlighting the main characteristics of their operations, the collusive relationships with the state figure and the beginning of the association between the national construction industry and foreign capital.

Keywords

Construction industry, crisis, Mexican State, urbanization and dependent capitalism.

1. Introducción

Uno de los capitales que irrumpió con mayor fuerza en la fracción monopólica de la burguesía nacional asociada con capitales extranjeros, a partir de mediados del siglo XX, fue la industria de la construcción. Considerada actualmente un motor fundamental de la dinámica territorial, esta industria se consolidó como un eje central del capitalismo mexicano desde el periodo de industrialización del siglo pasado. Gracias a una dinámica expansiva, desde la década de los años cuarenta impulsó un desarrollo económico sostenido que sentó las bases para el posterior crecimiento del capital monopolista en el sector. Los procesos económicos, políticos y sociales durante la vigencia del patrón industrial de sustitución de importaciones, sin duda, tuvieron efectos importantes en el comportamiento de dicho sector, de manera que la coyuntura económica y la cantidad de recursos erogados por el gobierno serían las claves para ubicar el estado y rumbo del desarrollo capitalista de esta rama de la industria mexicana (Bizberga, 1985, p. 20).

La magnitud del papel desempeñado por la actividad estatal en el desarrollo del sector construcción fue tal que, entre 1935 y 1960, más de la mitad de la inversión del sector público se destinó a gastos de infraestructura; además, el 80% del valor de las obras realizadas durante este periodo correspondió a encargos del propio sector público. Esta dinámica contribuyó de forma sostenida, a partir de 1950, a más del 50% de la formación neta de capital fijo en el país. De esta manera, la industria de la construcción mexicana comenzó a adquirir un papel estratégico en la economía nacional, llegando a representar, durante la etapa de industrialización, hasta el 6% del producto interno bruto (PIB), lo que equivalía al 14% del valor agregado por el conjunto de la industria (Germidis, 1974, p .4). Esta expansión se reflejó también en un notable aumento de la productividad, que entre 1950 y 1970 registró un incremento del 74.98% (González, 1987, p. 133)1.

En otras palabras, la industria de la construcción ha sido un sector económico que, fundamentalmente ha subsistido gracias a las inversiones públicas estatales orientadas a la creación de infraestructura material y, en menor medida, a los bienes de consumo correlativos al proceso de producción en general. Por tanto, puede afirmarse que el Estado mexicano se ha convertido históricamente en el principal impulsor de este sector industrial.

Para sustentar los planteamientos de este estudio, se adoptó una metodología basada en un enfoque histórico-analítico, con una estrategia eminentemente cualitativa y de carácter documental. El método histórico-analítico permite estudiar fenómenos económicos y sociales en su desarrollo temporal, prestando atención a los procesos de transformación, continuidad y ruptura que los configuran. En el caso particular de la industria de la construcción en México, este enfoque facilitó el seguimiento de su evolución a lo largo de tres etapas —el origen, la consolidación de empresas nacionales y la formación de monopolios— , considerando no solo los hechos, sino también los factores estructurales, políticos e institucionales que los contextualizan.

La investigación se sustentó en una revisión exhaustiva de textos académicos, estudios previos y literatura especializada que ya habían sistematizado y analizado datos históricos, económicos y sectoriales sobre la industria de la construcción. No se recurrió al uso de fuentes oficiales de primera mano, sino a materiales secundarios que retomaban dichas fuentes primarias, lo que permitió construir un marco interpretativo sólido sin la necesidad de levantar nuevos datos empíricos. La información cuantitativa incluida en dichos textos fue utilizada como recurso contextual y de apoyo, mientras que el eje principal del análisis se centró en la interpretación cualitativa de los procesos históricos, en diálogo con conceptos teóricos vinculados al desarrollo económico, la intervención del Estado y la consolidación de capitales.

Esta metodología permitió no solo describir el devenir del sector, sino también identificar las relaciones de poder, dependencia y articulación entre actores públicos y privados que moldearon históricamente la industria de la construcción en México.

2. El origen de la industria de la construcción en México

El origen de la industria de la construcción en México se remonta a un periodo anterior al proceso de industrialización del país, el cual inició con el término de la Revolución Mexicana y se extendió durante el gobierno de Lázaro Cárdenas (1934 a 1940). Ante la profunda destrucción de la economía y, en particular, de la infraestructura que la sostenía, la naciente burguesía nacional —vencedora del conflicto revolucionario— se planteó las tareas necesarias para reconstruir el país en materia económica, política y social, y tuvo como base material la creación de infraestructura en obras públicas agrarias, urbanas y medios de comunicación y transporte. Durante este periodo de origen, el Estado que emergió de la Revolución jugó un papel determinante en las tareas de reconstrucción de la economía capitalista.

El auge económico derivado de las inversiones públicas en infraestructura, la salida de algunas compañías extranjeras y las relaciones que comenzaron a tejerse entre ciertos funcionarios del gobierno con la rama de la industria de la construcción, permitieron el surgimiento de un número importante de empresas constructoras nacionales. De ahí que, tomando en cuenta lo señalado por Connolly (1989), un rasgo significativo es que la construcción mexicana desde sus orígenes y durante prácticamente todo el siglo XX se concentró casi totalmente en manos de capitales nacionales (p. 193).

Durante este periodo, la estrecha relación entre los intereses de quienes administraban el Estado y las empresas constructoras nacionales constituyó la base sobre la cual se canalizó la inversión pública hacia este sector, fomentando el surgimiento de una burguesía local abocada a esta rama industrial. Sin embargo, no fue sino hasta el gobierno de Lázaro Cárdenas que se reconoció innegablemente el papel del Estado como constructor de las condiciones generales de producción.

De acuerdo con Anguiano (1978) el impulso decisivo de este nuevo componente para el desarrollo capitalista en México se gestó durante este gobierno: se expandieron las redes de comunicación en el país, se intensificó la construcción de carreteras y líneas férreas con el propósito de ampliar el mercado interno, y se mejoraron los servicios postales, telegráficos, telefónicos, de transporte aéreo y portuario; además, se construyeron obras hidráulicas y se creó la Comisión Federal de Electricidad, encargada de regular e impulsar el desarrollo eléctrico del país por ser un servicio básico para las actividades productivas (p. 97).

No sólo se robustece la infraestructura indispensable para la industrialización, sino que también se generó empleo masivo en la construcción de edificaciones, al tiempo que se estimuló el crecimiento de otros negocios, pues las construcciones requirieron acero, hierro, cemento, puertas, ventanas, entre otros productos. En este contexto, un elemento decisivo que trajo consigo el desarrollo de nuevas industrias nacionales fue el nacimiento de una industria de la construcción la cual se constituyó en palanca del desarrollo económico nacional.

Como afirma Lenin (1975), en un análisis sobre el desarrollo del capitalismo en Rusia, “[una] de las condiciones indispensables del crecimiento de la gran industria maquinizada (y concomitante extraordinariamente característico de su crecimiento) es el desarrollo de la industria que proporciona combustibles y materiales para las obras y de la industria de la construcción” (p. 536).

3. La formación de la industria de la construcción y la urbanización acelerada

La segunda etapa, que abarca (de los años cuarenta hasta finales de los cincuenta), se puede denominar como la fase de formación de la industria mexicana de la construcción y se distingue por la creación de las compañías constructoras nacionales. Antes de este periodo, las obras públicas, —particularmente aquellas de gran envergadura— eran ejecutadas por empresas extranjeras, en su mayoría estadounidenses, que aún no habían abandonado el país a pesar de los cambios en la economía mexicana. Sin embargo, fue la inestabilidad política de México, la nacionalización de sus sectores estratégicos, la política de recuperación y la reactivación económica por parte del gobierno norteamericano en materia de obras públicas e industrialización lo que provocó que las compañías extranjeras migraran y dejaran el campo abierto a las constructoras nacionales.

Ante la crisis económica mundial cuesta arriba —agudizada por el cierre del mercado internacional y que afectó principalmente las economías dependientes exportadoras—, el desarrollo de los capitales en México, al igual que en otros países de América Latina, se basó en un patrón de reproducción industrial. Como señala Bambirra (1977), el incentivo para la instalación de nuevas industrias fue la intensificación de un ciclo nacional de sustitución de importaciones (p. 42). En este marco se darían las inversiones públicas que privilegiaban a algunos sectores.

En el gobierno de Ávila Camacho aumentó 33% la inversión en obras básicas con respecto al último año de Lázaro Cárdenas, mientras que con Miguel Alemán la inversión aumentó excepcionalmente. En 1950 se duplicó la inversión en obras básicas con respecto a 1946 (Centro Operacional de Vivienda y Poblamiento, 1975, p. 22). Fue tal la dinámica de la construcción, que en 1945 se creó la primera Asociación Mexicana de Contratistas, organismo que permitió establecer mejores alianzas entre esta fracción del capital y el aparato estatal. En 1953, este organismo tomó la forma de Cámara Nacional de la Industria de la Construcción (CNIC), y sus puestos más importantes estarían a cargo de quienes concentraban y centralizaban el capital en este sector y por consiguiente dirigían la trayectoria política y económica de la industria de la construcción en México.

El principal proyecto que dio vida a esta etapa fue el proceso de urbanización, particularmente en la región central del país. En consecuencia, el poder de la burguesía dependiente se expresó cada vez más en una preeminencia urbana y el auge del desarrollo industrial pronto desataría la concentración geográfica de capitales. Durante este periodo el negocio de la construcción estableció las condiciones materiales necesarias que exigiría el desarrollo industrial mexicano, y por primera vez no se abocó exclusivamente a los soportes materiales de los procesos productivos económicos, sino que estableció también las condiciones materiales del conjunto de los procesos sociales.

Durante este segundo periodo se generó una dinámica de crecimiento acelerado en la economía en general que favoreció la consolidación de las principales firmas constructoras. El mayor crecimiento de la industria de la construcción en México se desarrolló durante la década de los años cuarenta, cuando la inversión pública se canalizó hacia la producción de vivienda. La inversión pública y la política económica en la segunda mitad de esa década brindó grandes concesiones a los sectores de la gran burguesía industrial. Como en el resto de América Latina, en México se llevó a cabo una industrialización local autónoma de carácter extendido (Osorio, 2009a, p. 167), de donde emergió una fracción burguesa tradicional que vigorizó el mercado de bienes y salarios. La construcción de magnas obras que buscaron acelerar las ramas estratégicas de la industria condujo a la creación de las primeras grandes empresas constructoras2.

La urbanización de la Ciudad de México fue el nicho económico por excelencia de la industria de la construcción. Posicionándose como el centro urbano dominante del país y concentrando la mayor parte de la industria3, la capital lideró un proceso de urbanización, el cual se reflejó en el incremento de la superficie urbana: hasta de 6.8 veces (Cruz, 2015). Como señala Davis (1999), en los esfuerzos del Estado mexicano por facilitar el crecimiento de una nueva clase de empresarios industriales en la capital, los gobiernos financiaron enormes cantidades de nueva infraestructura urbana, invirtiendo fondos públicos en los proyectos que mejorarían el entorno construido para el desarrollo industrial a lo largo y ancho de toda la urbe4 (pp. 154-202). Así, la urbanización de la Ciudad de México garantizó que las tan anheladas alianzas entre el capital y el trabajo pudieran efectuarse. El resultado fue una inyección masiva de dinero estatal en la infraestructura y los servicios urbanos, así como el rápido crecimiento económico de la ciudad

Además de una producción industrial sostenida, el derroche de recursos orientados hacia la urbanización generó una prosperidad suficiente para expandir el empleo urbano y sostener la demanda del comercio y servicios locales en el centro del país. por otra parte, el crecimiento industrial se caracterizó, entre otras cosas, por el desarrollo basado en la construcción de infraestructura, equipamiento y bienes que demandaba la ciudad capital5, por consiguiente la intervención estatal permitió avanzar hacia un dominio urbano moderno y apoyar, cuando fuera necesario, aunque no de manera sistemática, a quienes carecían de condiciones de vida idóneas para habitar la gran urbe.

4. La monopolización de la industria de la construcción y la concentración urbana

La tercera etapa puede enmarcarse como el periodo monopolista, que abarca desde los años cincuenta hasta principios de los ochenta. Este periodo se forjó durante el crecimiento capitalista posterior a la Segunda Guerra Mundial, y comprende treinta gloriosos años del más extraordinario y masivo boom de expansión económica mundial. El país vivió una segunda fase de industrialización, la cual tendrá una doble relevancia, debido a que, por un lado, provocó el más importante y esplendoroso desarrollo económico 6, y, por otro, reforzó la subordinación de dependencia frente al capitalismo imperialista estadounidense, lo que rompió con una serie de “ilusiones”7.

El despertar prematuro de ese sueño industrial comenzó con la segunda etapa del propio patrón, en el temprano retorno de subordinación ilimitada de las burguesías locales a los intereses del mercado mundial. Este fenómeno fue impulsado por la difusión de las relaciones mercantiles y, en gran medida, por la nueva recepción de capitales, maquinaria y tecnología que, dadas las alianzas forjadas entre la naciente burguesía nacional y el capital estadounidense, transfirieron del centro a la periferia parte de los bienes obsoletos de capital operados durante la guerra; de tal suerte que la dependencia adquirió una nueva modalidad en su extracción y transferencia de valor, lo que configuró el papel que el país más adelante asumiría en la nueva división internacional del trabajo. Al calor de estas nuevas relaciones, se presentó en la segunda etapa el patrón industrial llamado “desarrollo estabilizador”8.

La Ciudad de México se consolidó como el espacio donde se expresaron las máximas contradicciones de la industrialización del país desde que, como parte de su desarrollo, apostó todo el crecimiento económico a la capital. La urbanización de esta ciudad fue ejemplo de la centralidad económica, política y social bajo la que se reorganizó el Estado posrevolucionario. El centro del país fue el indicador insigne de un progreso anhelado: el crecimiento del PIB y el tamaño de la mancha urbana fueron presentados como indicadores positivos para satisfacer el imaginario de progreso que las clases dominantes manufacturaron ideológicamente para imponer posteriormente a toda la sociedad. La capital brillaba como el símbolo del exitoso encuentro del país con la modernidad (Davis, 1999, p. 16).

La primera parte de este último y tercer periodo estuvo marcada por un estancamiento en el conjunto de la industria de la construcción, lo que condujo a que, en promedio, de 1953 a 1962, sus actividades se retrajeran hasta el -7.7%. Sin embargo, desde mediados de los años sesenta, se manifestó una entera consolidación y desarrollo capitalista en esta industria, despuntando a partir de entonces el dominio pleno del capital monopolista en el sector9. El periodo de 1962 a 1981 lo podemos considerar, a grandes rasgos, como de desarrollo pleno, debido a que por primera vez su dinámica estuvo caracterizada por tener oscilaciones de acuerdo a las fluctuaciones económicas nacionales e internacionales y por representar una palanca importante en el crecimiento del país: en el lapso de 1965 a 1970, cuando el PIB nacional fue de 6.9, y en la construcción se logró el máximo de 9.7. Posteriormente, en la década de 1970 a 1980, la construcción tomó una enorme fuerza como eje central de la política económica nacional (ver Cuadro I).

(ver Cuadro I).

Cuadro I. Variación anual (%) del PIB Nacional y el PIB en la construcción

En esta situación, se crearon las condiciones de monopolización capitalista ante la creciente centralización y concentración de capital en esta industria, que van a dar como resultado, por un lado, que unas cuantas empresas constructoras tengan un dominio pleno en la producción y el mercado y, por otro, un gran número de medianas y pequeñas empresas inestables y débiles. El punto de inflexión, como ocurrió con el resto de América Latina, fue el surgimiento de fracciones del gran capital industrial, agrícola, comercial y financiero, tecnológicamente más avanzados, caracterizados como una burguesía dinámica que asume un papel monopólico (que comienza a debilitar las posiciones de la burguesía tradicional menos dinámica y el papel del Estado) y adscritos a los mercados locales de sectores de trabajadores y asalariados10.

Entre 1972 y 1979, gracias a la inversión sistemática en infraestructura, el sector construcción experimentó un crecimiento espectacular, impulsado en gran medida por la renta petrolera canalizada en la fuerte expansión del gasto público. Como se indicó, la construcción mantuvo tasas elevadas de crecimiento hasta 1980, cuando se inició un proceso de desaceleración que afectó tanto a la economía nacional y la industria de ese sector y provocará una contracción continua en el ritmo de crecimiento de esta rama industrial11. En adelante, esto traerá el debilitamiento del gasto público como dinamizador de la construcción, ensanchará los monopolios y competencias en el sector, arrojará fuertes cambios e innovaciones tecnológicas y pauperizará aún más las condiciones de reproducción de los trabajadores de la rama.

Para analizar y evaluar el funcionamiento actual en la industria de la construcción es conveniente ubicar el desarrollo de sus monopolios, pues de esta manera las empresas monopólicas se podrán visualizar mejor y será posible tener una anotación más clara de su número y desenvolvimiento económico. Serán las grandes empresas constructoras las que expresen con mayor claridad el desarrollo capitalista en el sector, ya que los monopolios constructores son los que confirman la penetración del capital en esta rama económica y la inexistencia de obstáculos ilusorios que impedirían el crecimiento capitalista en ese sector, en otras palabras, confirman las leyes económicas capitalistas y, por ende, la tendencia del capital a su concentración y centralización.

Aunque la industria de la construcción nacional surgió a mediados de los años cuarenta, fue hasta mediados de los sesenta que la transformación cualitativa de la concentración de los capitales en el sector conformará una centralización. Según datos de la Cámara Nacional de la Industria de la Construcción (CNIC), en 1950 se registraron 587 empresas constructoras; para 1980, la cifra se multiplicó de forma extraordinaria: existían 10,500 empresas constructoras. Este crecimiento de las constructoras se puede representar con un aumento promedio anual de 373 nuevos socios. De 587 socios en 1950, 399 eran empresas pequeñas, lo que representaba el 68%, y sólo 19 se catalogan como grandes empresas, lo que significaba el 3% del total de las compañías constructoras. En 1970, las cifras se elevaron hasta un total de 3,440 empresas, de las cuales el 2%, es decir 70, eran grandes constructoras y 2,718, que representaban el 79%, eran consideradas como empresas chicas. Finalmente, durante 1979, el crecimiento del sector se va a reflejar en las 8,345 compañías constructoras, de las que 6,843 eran empresas pequeñas, un 82%, y tan sólo 53 serían catalogadas como empresas grandes, 1% (Connolly, 1989, p. 199). Con este auge, fruto del crecimiento económico petrolero, la construcción tendrá el periodo más activo a lo largo de su historia.

En tan sólo cinco años (1976-1981), la cantidad de empresas constructoras se multiplicó al doble de lo que había crecido a lo largo de 23 años. Como se señaló, desde sus inicios, tanto el capital fijo como el producto de la industria constructora mexicana se concentraron en pocas empresas. Entre 1979 y 1980, las doce mayores empresas acapararon el 31% de los proyectos industriales y a nueve les correspondió el 25% de las obras pesadas. Esto contrasta con el alto grado de dispersión del capital y del producto entre las empresas medianas y pequeñas, encargadas principalmente de la edificación. El capital contable en conjunto de la industria de la construcción durante este periodo alcanzó 34,571 millones de pesos, de los cuales el 4.4% de las empresas concentraba el 69.7%, mientras que el 68.7% de las empresas participaba con tan sólo el 7.5%, esto es, alrededor de 418 empresas poseían 24,095 millones de pesos y 6,530 constructoras tenían entre todas 2,592 millones de pesos. En consecuencia, la concentración de capital tuvo una dinámica progresiva y acelerada: en 1950 se disponía de 411 millones de pesos; para 1970 esta cantidad se elevó a 3,862 millones, en 1975 la disposición de capital global de las empresas casi se dobló a un total de 6,507 millones, mientras que para 1980, como se ha visto, el capital registrado por las constructoras alcanzó la cifra de 34,571 millones de pesos (Connolly, 1989, p. 199).

A la par que se dio este crecimiento de capital en la rama de la construcción, hubo una concentración en manos de un reducido grupo de empresas, —los llamados monopolios constructores—, que concentraron lo esencial de los medios de producción y de la fuerza de trabajo, en otras palabras, centralizaron el capital. Esta concentración y centralización de capital se dió a favor de las empresas constructoras mejor equipadas, con una composición orgánica de capital relativamente más elevada, y serán las vencedoras en la competencia capitalista 12. De manera que, como señala Lenin (1975), “la industria de la construcción en auge caracteriza una fase superior del capitalismo” (p. 545),. El desarrollo capitalista en México durante estos años vivirá un tránsito de un patrón de reproducción a otro, a causa de que el sector de la construcción tendrá un colosal incremento. Este apogeo de la construcción revela ya una fase superior del capitalismo mexicano, el cual hizo ver que, como sucedió en Rusia, “el desarrollo a saltos de la economía capitalista, la alternativa de los largos años malos y los periodos de 'fiebre de la construcción', da un impulso enorme a la ampliación y profundización de las relaciones capitalistas en la construcción” (Lenin, 1975, p. 542).

En ese sentido, con el repentino y extraordinario crecimiento de la construcción en México, se mostró un salto considerable en la expansión y profundización en las relaciones económicas del sector, que se concretó a través de la expansión y el dominio de los grandes monopolios constructores, y estos grupos son los que determinarán el rumbo del resto de las constructoras. Fue a partir de esta fase superior de un capitalismo monopólico en la industria de la construcción que se marcará una tendencia a la centralización del capital por parte de unas cuantas empresas.

Por consiguiente las compañías monopólicas son las que reunirán las mejores condiciones económicas y políticas para emprender las grandes obras principalmente públicas. Las obras pesadas de infraestructura, sobre todo las que necesitan adaptar alta tecnología, serán construidas por los monopolios que disponen de maquinaria pesada, materiales, equipo, tecnología avanzada y fuerza de trabajo calificada en todos los niveles13. Por otra parte, un elemento que marcó y selló el rumbo de la centralización de capital en la industria de la construcción fue la asociación de los monopolios nacionales y las inversiones extranjeras dentro del sector. Desde 1960 se intensificó el flujo de capitales extranjeros al país, lo que ayudó a la monopolización de los principales ejes económicos.

El capital estadounidense logró insertarse hegemónicamente en el sector industrial e incrementó su interés considerablemente con el paso del tiempo: de un 7% del total de inversiones en 1940 se elevaría al 73% en 1970, con una tasa de crecimiento anual entre 1950 y 1960 del 15.1%. El total de inversiones extranjeras en México ascendió en 1970 a 2,083 millones de dólares cuando en 1940 era de 32 millones solamente (Esto se reflejó importantes cambios en la distribución de las inversiones extranjeras directas por actividad). De manera que, si se toma las cifras relativas de 1939, se encuentra que en la industria de la construcción se tiene una nula participación de inversión extranjera, a diferencia de lo que se puede observar para 1960, cuando se tuvo una inversión extranjera de 110 millones de pesos, lo que representaría apenas el 1% del total invertido por capitales exteriores en el conjunto de la industria del país (Ceceña, 1994, p. 8)14.

A pesar de representar un nivel muy bajo respecto a lo que acontece en la suma total de inversiones extranjeras en el país, la esfera del capital extranjero en la rama constructora para este periodo logró una influencia del 55%, dejando el restante 45% al sector privado nacional, pero anulando cualquier participación estatal en esta actividad (Ceceña, 1994, pp. 91-141), lo que colocó consecuentemente a la construcción en el décimo séptimo lugar dentro del conjunto de ramas industriales con mayor participación de capital extranjero.

La consolidación de los monopolios en el sector llevó a que un pequeño grupo de empresas ejerciera un control casi absoluto. La acumulación de capital en el sector fue altamente acelerada, delineando la monopolización de los capitales por los grandes industriales constructores. Como se señaló, existió una significativa centralización de capital, en la que resultaron particularmente beneficiados los monopolios constituidos por las empresas las siguientes empresas: Ingenieros Civiles de México (ICA); Construcciones Protexa, S. A. de C. V.; Bufete Industrial Construcciones; Grupo Mexicano de Desarrollo; Constructora General del Norte, S. A.; Constructora Metro, S. A. de C. V. (COMETRO); Cía. Contratista Nacional (COCONAL); México, Cía. Constructora; Túnel, S. A. de C. V; Constructora Tatsa S. A. de C. V.; Constructora Raudales, S. A. de C. V.; Ingenieros y Contratistas S. A. de C. V. (ICONSA); P.Y.A.S.A. Ingenieros Civiles; Constructora Los Remedios, S. A.; Medrano y Asociados Construcciones, S. A. e Ingeniería Paparelli Construcciones S. A. de C. V.

5. Las grandes ganadoras

Si bien es cierto que a partir de 1978 se duplicó el número de empresas con altos montos de capital, en realidad fueron los monopolios los que dominaron la adjudicación de los principales contratos de las obras públicas y privadas. De manera destacada cinco compañías concentraron el mayor porcentaje de capital invertido en el sector: Ingenieros Civiles Asociados (ICA), Protexa, Bufete Industrial, Grupo Mexicano y Constructora del Norte, pues fueron las que reunieron las mejores condiciones para emprender las grandes obras15; lo que les permitió consolidarse como las principales beneficiarias del proceso de centralización económica y política que caracterizó al desarrollo capitalista en México durante la segunda mitad del siglo XX.

Estos monopolios constituyen un producto histórico de la lógica de acumulación en la rama16. Entre las principales causas que explican su consolidación como agentes monopólicos se encuentran: el grado más avanzado en la centralización del capital, mayor volumen de la producción, amplia diversificación de sus capitales en otros sectores y fases del ciclo de capital (financiero, comercial, industria de la transformación, etcétera), alto desarrollo tecnológico, cuadros técnicos, administrativos más calificados, exportación de capitales al extranjero, participación productiva en otros países, participación en empresas subsidiarias y contratistas, y un fuerte establecimiento de relaciones orgánicas con el Estado.

Durante esta etapa, estas empresas absorbieron proporcionalmente la mayor masa de capital total de las constructoras mediante el éxito que les otorgó el establecimiento de una especie de repartición especializada en la construcción de obras. La conformación por áreas o campos de construcción especializados no sólo tuvo resonancia económica para este grupo monopólico, sino que además generó relaciones políticas que beneficiaron sus distintos proyectos. Por otra parte, desde un inicio imperó una gran división en el seno de los monopolios de la construcción: ICA y Grupo Mexicano serán quienes controlarán en este orden los negocios de la construcción en el sector público, mientras que Bufete Industrial Construcciones y Constructora del Norte dominarán la participación en el sector privado.

La firma más importante hasta la actualidad es ICA (Ingenieros Civiles Asociados). Fundada en 1947 por un grupo de ingenieros, la mayoría de ellos egresados de la Universidad Nacional Autónoma de México, esta empresa empezó siendo una pequeña constructora y su ascenso inició cuando ganó el concurso para la edificación de uno de los primeros grandes multifamiliares en la Ciudad de México, el Miguel Alemán, luego fue encumbrando hasta que en 1966 llegó a generar más del 1% del producto interno bruto nacional17. Una de las fortalezas que tuvo esta compañía para su estupenda reputación empresarial fue el gran capital político que le acompañó durante este periodo, ya que principalmente, como menciona Davis (1999), sus empleados habían incursionado en las dependencias gubernamentales que contratan grandes obras de infraestructura, a tal grado que muchos de sus miembros llegaron a ser altos funcionarios públicos18.

Además, la formación monopólica de ICA se caracterizó por la enorme corporación, verticalmente integrada, que incluía muchas divisiones que podían ocuparse de diferentes tareas mediante empresas subsidiarias o de propiedad total de esta compañía. Especialmente se interesó en la renta y especulación de la tierra, producción de equipo pesado, promoción y administración de numerosas inversiones en conjuntos industriales y residenciales, y la participación inmobiliaria mediante la propiedad de instituciones financieras. De igual modo, la empresa estaba fuertemente ligada a instituciones financieras y empresas francesas exportadoras de tecnología en la rama del transporte.

6. A manera de conclusión

Los resultados sugieren la necesidad urgente de políticas de conservación adaptadas al cambio climático.

Finalmente, en las últimas dos décadas del siglo XX, la profunda crisis económica, social y política que atravesó el país también tuvo un fuerte impacto en la industria de la construcción, ya que, como se sostuvo a lo largo del presente trabajo, este sector económico ha expresado plenamente las condiciones y el estado en que se encuentra el desarrollo del país en un momento determinado. Representó una transición en la que esta industria padeció los estragos del fin del patrón industrial de sustitución de importaciones, el cual afectó principalmente a los sectores y ramas económicas destinadas al consumo y la dinámica interna. En el caso de la industria de la construcción, la falta de financiamiento, recursos estatales y la crisis bancaria, la paralización de la obra pública y la inestabilidad política en los altos mandos del gobierno repercutieron profundamente en el desarrollo del sector, el cual, por ejemplo, para 1995, esperaba un crecimiento del 11%, pero en realidad presentó una caída del 60% en su actividad (Poo, 2004).

Después de este periodo de transición, se abrió una nueva etapa en la industria de la construcción en México, la cual se puede calificar como de trasnacionalización estratégica. Ya en las primeras dos décadas del siglo XXI, la industria de la construcción retornó a su desarrollo dinámico a partir del fuerte impulso que generó la reorganización territorial del país como parte del proyecto de reestructuración económica; en ésta se hizo presente un patrón exportador primario-manufacturero bajo políticas económicas neoliberales que impulsó principalmente la construcción de infraestructura, equipamiento, obras pesadas, edificaciones y vivienda, las cuales demandaban algunas actividades estratégicas como la maquila, el comercio, el transporte, el turismo y los recursos energéticos. Junto con esto, la apertura económica abrió paso a una mayor inversión extranjera y a la multiplicación de las operaciones financieras que convirtieron al mercado de la construcción en México en un nicho atractivo y benéfico para la llegada de empresas monopólicas extranjeras en este sector, con lo cual durante las dos primeras décadas del presente siglo, de manera independiente o a través de alianzas estratégicas con empresas mexicanas, la industria de la construcción se trasnacionalizó convirtiéndose nuevamente en uno de los sectores económicos más dinámicos y de mayor crecimiento.

Notas al pie

1El mismo estudio señala que la industria en general aumentó su productividad un 190.6%, destacando sobre todo la industria petrolera con el 275.44% de aumento; la eléctrica con 436.82%; materiales no metálicos con 107.35%; artefactos mecánicos con 166.68% y la industria química con 92.02%.

2Siguiendo la receta de regulación estatal de corte keynesiano, el capital comenzó a madurar de a poco: durante este periodo se revirtió la balanza comercial dirigida al mercado externo y se fortaleció su dinámica económica interna, valiéndose de las oportunidades de desarrollo que necesitó el nuevo ciclo de expansión mundial capitalista. En sus inicios, el desarrollo industrial en el país, basado en alianzas, pactos y acuerdos establecidos, permitió dinamizar el mercado interno de bienes salarios y, con ello, activó las industrias abocadas a tal producción, de modo que, como señala Osorio (2011), la comunidad estatal mexicana se fortalecería alimentada por una heterogénea articulación clasista: “campesinos, ejidatarios y comunidades agrícolas, y obreros industriales, pequeña burguesía asalariada y burguesía industrial encuentran puntos de convergencia en sus demandas y condiciones de existencia” (p. 37).

3En 1930 México tenía 46,830 establecimientos industriales, de los cuales al menos 3,180 se localizaban en la Ciudad de México, lo que representaba el 7 % del total. En 1940 esta cifra se elevó a 56,314 en todo el país y 4,920 de ellos estaban en la Ciudad de México; para 1950 su número aumentó a 63,544 en total, de los cuales 12,704 se ubicaron en la capital, lo que representó un 20.0%; durante los siguientes 20 años, la producción industrial mantuvo su dinámico crecimiento, alcanzando tasas de 7.3% anual entre 1950-1960 y 8.9% entre 1960-1970, mientras la concentración espacial en la Ciudad de México se elevó al 27.9%, según el número de establecimientos, los cuales de 82,352 en todo el país y 24,624 en la Ciudad de México pasaron a 33,200 en la ciudad de un total nacional aproximado de 119,000 durante la última década señalada (Garza, 1992, p. 180).

4Mientras los gobiernos de Lázaro Cárdenas y Ávila Camacho se convirtieron en los cimientos políticos del proceso de industrialización, fue particularmente Miguel Alemán Valdez quien simboliza mejor el compromiso con la industrialización y la urbanización del centro del país, ya que desde el principio se ligó políticamente a los industriales de la Ciudad de México, quienes a su vez se beneficiaban enormemente de la inversión gubernamental en grandes proyectos de infraestructura y políticas proteccionistas para promover el desarrollo económico.

5Ante estas necesidades, como apunta Hiernaux (2014, pp. 255-259), se llevaron a cabo proyectos orientados a garantizar la fluidez de las actividades urbanas, los cuales tuvieron como resultado la creación de una gran cantidad de vías de comunicación —tanto internas como externas—; posteriormente, se instaló un metro moderno y ejemplar, se edificaron obras, íconos de la modernidad, como la Torre Latinoamericana. Para apoyar a ciertos grupos corporativos, en particular a quienes participaban en la burocracia asalariada y a algunos sectores de la clase trabajadora sindicalizada, se recurrió a la creación de conjuntos habitacionales que seguían las modas urbanísticas del funcionalismo en boga en el mundo. Por su parte, la clase dominante y algunos segmentos de los cargos más altos de la administración estatal asentaron su forma de vida en algunas zonas nuevas de la ciudad, tanto en espacios residenciales como en áreas de ocio y diversión. El sur y el poniente de la ciudad se llenaron de viviendas diseñadas por arquitectos mexicanos exclusivos para la élite de los capitalistas y políticos que determinaban el rumbo del país. A su vez, el Centro Histórico de la Ciudad de México también padeció fuertes transformaciones espaciales: por un lado, hubo una desconcentración de las actividades económicas y, por otro, se dio lugar a la construcción de numerosas vecindades populares. Mientras que los sectores más desfavorecidos: el proletariado industrial y el naciente ejército de reserva —estos últimos en condición de migrantes— fueron empujados hacia las orillas de la capital, donde se formaron grandes asentamientos irregulares y cinturones de miseria, característicos de las periferias urbanas latinoamericanas.

6Los resultados más visibles de este patrón durante esos treinta años, que van de los cuarenta a los setenta, se pueden ver en la manera en que el Estado creó empresas industriales, como Fertilizantes Mexicanos, Altos Hornos de México, Diesel Nacional, Siderúrgica Nacional, Constructora Nacional de Carros de Ferrocarril, Siderúrgica Lázaro Cárdenas-Las Truchas, Ayotla Textil, Industria Petroquímica Nacional; también destacan: Instituto Mexicano del Seguro Social, Instituto Nacional de Cardiología, Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado, Compañía Nacional de Subsistencias Populares, Financiera Nacional Azucarera, Sistema de Transporte Colectivo (Metro), Instituto Mexicano del Petróleo, Aeropuertos y Servicios Auxiliares, Instituto Mexicano del Café (Anguiano, 2010, p. 182). Todo lo anterior provocó que en 1950 las actividades industriales representaron el 22% del PIB; en 1960, el 29%; y en 1965, el 31% (Vizgunova, 1980, p. 31).

7Ilusiones que, como señala Osorio (2014), pusieron fin a la idea de un desarrollo capitalista autónomo, de una clase dominante burguesa nacional y, sobre todo, de un capitalismo que superaría las condiciones de superexplotación de la clase trabajadora.

8Con un crecimiento económico promedio anual de 6.4%, que llevó a denominar a este periodo como el “milagro mexicano”, la estabilidad económica y política del desarrollo capitalista industrial pudo reflejarse en la solidez monetaria y el crecimiento relativo de los salarios reales de los trabajadores. La curva del salario real comenzaría a ascender ininterrumpidamente hasta llegar a expresarse en lo que sería su máximo histórico: una participación salarial en el PIB de 40.3% (Roux, 2005, p. 210).

9Las alianzas establecidas entre los capitales nacionales y los capitales extranjeros implican una profunda división en el seno de la burguesía mexicana, lo que marcaría más adelante el fin del patrón industrial. La incorporación de bienes de capital más avanzados que el resto del aparato productivo nacional hizo que la burguesía, que había decidido establecer dichas asociaciones, fuera ganando terreno al impulsar una producción de bienes más complejos, producto de los beneficios que trajo el aumentar la composición orgánica de capital propiciada por la importación de tecnología y segmentos de producción más desarrollados; esto gestó una fracción monopólica de la burguesía nacional vinculada al capital transnacional y le abrió paso dentro del mercado mexicano. Retomando la obra de González Casanova (1974, pp. 70-169), entre 1942 y 1960, los bancos norteamericanos facilitaron créditos a México por la cantidad de 1,500 millones de dólares, y año con año se fueron incrementando; de ellos dependían principalmente la inversión pública y el equilibrio de la balanza de pago. A esto habría que sumarle la inversión estatal que depende, en gran medida, de un financiamiento extranjero, que fue de 30.8% en 1959, de 34.8% en 1960 y del 47.4% en 1961. Estos créditos, en particular de Estados Unidos, sumados a la fuerza de las empresas extranjeras y apoyados directa o indirectamente por la política económica y el poder estatal de Estados Unidos, redujeron de manera notable el poder del Estado mexicano, de su régimen presidencialista y de su aparato productivo y financiero.

10De tal manera “que esta asociación del capital local con el internacional reduce las capacidades competitivas, las posibilidades de expansión del sector industrial y por tanto la generación de empleos, como resultado de la elevación de la composición orgánica del capital. […] Todo lo cual planteará a corto plazo serias dificultades para conciliar las políticas económicas con las necesidades de una burguesía cada vez más heterogénea” (Osorio, 2009b, p. 76).

11Los principales factores que dieron forma al dinamismo de la construcción durante esta etapa fueron: de 1972 a 1975, la fundación del INFONAVIT, que contribuyó de manera esencial a la reactivación económica en la industria de la construcción, beneficiando a las grandes compañías de la rama, fortaleciendo los lazos y alianzas clientelares entre el régimen político y las clases asalariadas y generando actividades especulativas idóneas para el capital inmobiliario, lo que permitió que la política de vivienda urbana se convirtiera en un instrumento privilegiado de defensa y promoción de los intereses del capital en general; en cuanto a la evolución de la demanda de obra pública para la primera mitad de la década, se dio una reducción en la participación de los rubros en vías terrestres y obras sanitarias, y un crecimiento en edificaciones, obras electromecánicas e instalaciones industriales. La demanda de obra pública en edificaciones creció de 21% en 1972 a un 30% en 1974, gracias al papel que jugaron INFONAVIT, FOVISSSTE y BANOBRAS en la construcción de viviendas, pues el sector público financió e invirtió el 80% de estas actividades. Más adelante, en 1976 y 1977 la devaluación económica en el país afectaría fuertemente a la industria constructora, debido a la elevación de los materiales, la escasez de financiamiento público y el descenso de la inversión privada. En 1978 y 1979 se dio una enorme recuperación en el sector: la obra industrial se convirtió en el principal tipo de trabajo para las constructoras, por el impulso que dieron la dinámica petrolera, petroquímica básica y electricidad, representada fundamentalmente por los trabajos de PEMEX. Por su parte, la urbanización cobraría relevancia con la construcción de ejes viales y la ampliación del metro (Guevara, 1990, p. 133).

12Ante la competencia que persistió en el sector de la construcción y las alianzas entre los grupos monopólicos de la rama y el capital extranjero, incrementaron de manera considerable la importación y utilización de maquinaria y equipo de la actividad constructora. Entre 1967 y 1971, la importación de estos bienes a México se había conservado en 600 millones de pesos, para 1974 pasó a 1,540 millones de pesos y para 1975 se importaron más de 18 mil millones (Guevara, 1990, p. 140). A partir de los datos anteriores se desprende la significación del componente extranjero total en el sector, pues, si bien las empresas históricamente son nacionales, con la importación de maquinaria y equipo se introdujo al país un paquete tecnológico extranjero que provocó, por un lado, la agudización de la dependencia y el desequilibrio de la balanza de pagos y, por otro, la pérdida de capacidad de la rama de la construcción para generar mejores empleos.

13Al respecto, Toscano (1979, p. 157) enmarca las principales características de estas empresas: “Son empresas que han desarrollado capital fijo e incluso han consolidado algunas ramas de la producción de bienes de capital, pues se dedican a la construcción de obras de infraestructura que requieren el empleo de maquinaria y equipo. Utilizan tractores, motoconformadoras y camiones de volteo; consumen varilla, ladrillo, cemento y hierro que ellas mismas fabrican, o producen subsidiarias asociadas. Todo ello ha acentuado su tendencia al monopolio, y algunas se han integrado a los consorcios industriales más importantes que operan en el país. Pueden racionalizar sus programas de actividades, financiar costosas investigaciones en tecnología, fotografía aérea y estructura de suelos. Algunas mantenían subsidiarias en países centro y sudamericanos. La política intermitente del gasto público poco afecta a esas grandes constructoras, ya que mantienen líneas de crédito abiertas con financieras internacionales (Bank of America, por ejemplo), a tal punto que algunas grandes constructoras pueden financiar vastas obras públicas, antes que el gobierno les haga llegar los primeros pagos”.

14En 1959 la industria se había consolidado como la actividad más importante en inversiones extranjeras, con el 43% del total, mientras que el comercio ocupó el segundo lugar, con el 18%, y la minería el tercero, con el 16%. En conjunto, estas tres actividades absorben el 90% del total de las inversiones extranjeras directas. Respecto al origen de éstas, desde sus inicios, el capital estadounidense se fue consolidando como la principal potencia; para 1930 del total de inversión foránea en México el 60% provenía de Estado Unidos y para 1960 llegó a un 83%. La esfera de influencia del capital extranjero representó para este último año el 53% de los ingresos conjuntos de las 400 mayores empresas y el 41% de los ingresos totales de las 2,000 grandes empresas que existían en México.

15Por lo general, los grandes monopolios se encargaron de la construcción de infraestructura (vías de comunicación, presas, sistemas marítimos, regadío, etcétera), actividad industrial y urbanización. Por su parte, la edificación no residencial y habitacional quedó en manos de las medianas y pequeñas empresas. El origen de esta distinción en la industria de la construcción parte de algunos elementos básicos del desarrollo del capitalismo en México y las leyes de la acumulación capitalista en general, como el grado de calificación y capacidad tecnológica, la rentabilidad y tasa de ganancia en relación con una determinada masa de capital, la dificultad en las formas de apropiación y propiedad del suelo, la escasa importancia del gasto público en vivienda y edificaciones, entre otras.

16En el caso de la constructora Protexa, sus orígenes se remontan al año de 1945 en Monterrey, Nuevo León, pero es a partir de 1970 que comenzó a tener una participación más activa dentro de la rama y la economía nacional. Al inicio se dedicó a las obras urbanas e industriales en Monterrey, luego a la construcción de infraestructura petrolera (construcción de oleoductos, gasoductos, plataformas marinas), posteriormente pasó al tendido de líneas submarinas, de transmisión eléctrica y construcción civil, y, desde 1974, participó en la construcción de la termoeléctrica de Tula, Hidalgo. Por su parte, la empresa Bufete Industrial Construcciones surgió en 1949, pero a partir de la década de los sesenta adquirió su gran desarrollo monopólico, dedicado en su mayoría a la obras de infraestructura petrolera en toda la zona de Veracruz y Tabasco.

17Algunos de los proyectos que lo convirtieron en el monopolio de ingeniería y construcción más poderoso y completo de México fueron la construcción de la primera red del sistema de transporte subterráneo Metro de la Ciudad de México, en 1967 (un hecho relevante que tuvo este acontecimiento fue la asociación entre ICA y un grupo de capitales franceses, en particular en la obra electromecánica y la importación de trenes). Asimismo, participó en la construcción de Ciudad Universitaria, de 1952 a 1954; construyó el sistema de drenaje de la Ciudad de México; colaboró en la creación de las grandes autopistas del sistema carretero en México (la México-Cuernavaca, de 1958 a 1960, la autopista México-Puebla, de 1960-1962, y la carretera transpeninsular de Baja California); construyó infraestructura portuaria en los principales puertos industriales (Tampico, Altamira y Lázaro Cárdenas); participó preponderantemente en las principales obras urbanas de la Ciudad de México: el Centro Médico, el Conjunto Urbano Nonoalco-Tlatelolco, el Palacio de los Deportes y todas las demás construcciones principales de las Olimpiadas, el Periférico, varios de los mejores hoteles de la ciudad, la embajada de Estados Unidos, el centro comercial Perisur, Ciudad Satélite y los principales condominios de primera clase, tanto en la Ciudad de México como en otras ciudades del país (Davis, 1999, pp. 220-224).

18Algunos de los funcionarios más visibles eran Javier Barros Sierra, quien se convirtió en secretario de Obras Públicas y en rector de la Universidad; Raúl Sandoval, quién llegó a ser alto funcionario del Departamento de Recursos Hidráulicos, y Fernando Espinoza, subsecretario de Obras Públicas. En 1967, de una lista de siete ingenieros de ICA, resulta revelador el hecho de que todos ellos, menos uno, habían tenido puestos de importancia en departamentos del gobierno nacional o del entonces Distrito Federal encargados del desarrollo de la infraestructura (Davis, 1999, p. 221).

Referencias Bibliográficas

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