Se quejaba no hace muchas semanas el señor ministro de Educación de que ninguna de las universidades públicas españolas ocupa un puesto superior al 200 en uno de esos ranking que periódicamente hacen no sé qué organizaciones. Digo no sé qué no porque ignore sus nombres, sino por desconocer quiénes están realmente detrás y cuáles son sus intenciones. Bien está que se queje el ministro si es para mejorar, pero no debería sorprenderse porque siempre ha sido así. Ni en sus tiempos dorados, por ejemplo, pudo Salamanca competir con sus supuestas hermanas de Oxford, París, Bolonia. Al ilustre gramático Antonio de Nebrija le negaron los estudiantes la cátedra con sus votos, fray Luis de León acabó en la cárcel inquisitorial.